Toni Hill: «Todos hemos sido acosados en algún momento»

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Para despedir la temporada de entrevistas a autores y personajes de actualidad, tenemos a Toni Hill con el que hemos compartido un rato interesante y divertido. En septiembre regresaremos con las entrevistas de los sábados.

¿Qué fue lo primero que escribiste y pensaste: «esto tiene algo, creo que puedo valer»?

A mí siempre me gusta lo que hago (risas). Lo primero que me dio una cierta idea de que no era sólo yo el que pensaba que no lo hacía mal, sino que el mundo también lo pensaba (risas) fue en un curso… En el Aula de lletres hice un par de cursos y había un concurso de relatos cada año. El mío quedó finalista del gran premio, digamos… Pero ganó el de mejor estilo. Había varias modalidades… Era como las mises, Miss Simpatía (risas). Eran nada, tres páginas, era muy concentrado y vi que sí… Porque además, modestia aparte, también veías un poco el nivel que había y decías «pues no lo hago mal». Pero eso fue hace mil años y hasta que publiqué algo, ni te cuento.

Eres traductor también ¿qué ha aportado eso a tu obra, si es que ha aportado algo?

A ver, es muy difícil de cuantificar. Yo supongo que igual me ha aportado dos cosas: una, la capacidad de estar muchas horas sentado delante del ordenador sin moverte (risas); que parece que no, pero no es poco. El hábito de un trabajo en el que no dependes de nadie, sólo de ti. Y luego claramente supongo que te ayuda a una cierta habilidad a la hora de la construcción de la frase. Lo que es la pura técnica de sintaxis. Al fin y al cabo estás adaptando una novela o un cuento, en mi caso del inglés al español, y tienes que tener todas las estructuras gramaticales en la cabeza… Pero siempre digo lo mismo, si no tienes nada que contar, es como hacer cuadernillos Rubio (risas).

¿Cuales son tus autores favoritos? ¿Algunos de los que has traducido?

Con los autores que traduces te pasa una cosa muy rara, y es que trabajas tanto los textosimages que los acabas queriendo. Durante esos meses en los que traduces, todos se convierten en autores favoritos, o en los autores que más odias en el mundo. Como el Dalai Lama… No era a él, sino al escritor que firmaba el libro. Es que repetía mucho las palabras (risas). Pero, dejando de lado esto que es una anécdota,  yo te diría que el que más satisfacciones me dio, y eso ayuda a que lo quieras más, fue Jonathan Safran Foer, autor de Todo está iluminado. Fue una traducción muy difícil, que le tenías que pillar el truco… Y luego la que más me costó, pero que también es verdad que me ha dado muchas satisfacciones posteriores fue… Yo traduje Jane Eyre, de Charlotte Brontë. Hacer un clásico son palabras mayores. Es desesperante porque ahí sí que juegas con un registro y es una época muy concreta. Es muy difícil, pero al mismo tiempo ves que a la gente le gusta, que la usan en la facultad de traducción, que la edición de Penguin de clásicos ha escogido mi traducción… Te va dando satisfacciones y dices, pues no lo debí hacer tan mal. Fue duro porque competía con la traducción canónica, que es la de Carmen Martín Gaite. Lo que pasa también es que a veces hay que ser más fiel al original de lo que son algunos autores cuando traducen.

Casi todo lo que has escrito es novela negra, ¿hay algo especial que te atrae de este género o es casual?

No, casualidad nunca es. Lo que yo distingo seguramente son dos etapas. Hay una etapa muy clara que es la trilogía policial de Salgado. Aparte es que es un bloque. Yo la concebí a raíz del éxito de la primera. Hice la segunda y la tercera de una manera que tenían que decir algo las tres enteras. Y esa es la parte más negra clásica: asesinatos, investigaciones… Y después de esto tomé aire y me metí en dos aventuras muy distintas. Los Ángeles de Hielo es un gótico, donde recupero a Jane Eyre, entre otros, y tienes todo el artificio que tiene la literatura de este género: fantasmas, crímenes terribles…. Luego me apetecía hacer algo radicalmente distinto y es con lo que estoy ahora, con esto de los tigres, que es una novela completamente diferente, casi naturalista. Es una novela muy psicológica, muy de personajes. No hay una gran trama. Los personajes van actuando y la trama se va moviendo en función de esto. No hay artificio. Dos niños se cargaron a otro, te lo cuento desde el momento cero. No hay sorpresas… Bueno, siempre hay sorpresas, siempre hay giros y cosas inesperadas, pero es una novela menos de género y más de literatura.

¿Volveremos a ver a Héctor Salgado?

Yo no digo nunca que no. Lo que pasa es que para mí está tan cerrado… Para mi no es un personaje, es una historia. Y esa historia se cerró. Para resucitar al personaje tendría que encontrar una historia que merezca la pena. Escribir una novela sólo para decir: «mira, un Salgado cuatro», no. Me horroriza. Pero si encuentro una idea en la cual cabe un inspector de los Mossos… Es un personaje con el que conviví durante cuatro años y es muy potente. Y no sólo él, todo su entorno. No quiero desterrarlo para siempre, pero tampoco quiero hacer una aventurita porque me parece que se merece algo más. Y cuando has escrito otras cosas que no son policiales y ves las posibilidades que tienes… Porque indefectiblemente tienes que pasar por una serie de etapas. La gente dice, es que Tigres de cristal es más literario. Bueno ya, pero, ¿cómo vas a elevar el tono? Porque, ¿cómo haces literatura con una autopsia? ¿O con el interrogatorio clásico? Es que si lo elevas es falso, lo que no quiere decir que no esté bien escrito. En general, cuando leo algo así, me da la sensación de que el autor quiere quedar por encima de lo que está contando.

En Tigres de Cristal hablas del acoso, ¿has experimentado algo así?

Sí, si. Si somos honestos con nosotros mismos, todos hemos sido acosados en algún momento, y no diré acosador pero al menos cómplices; y seguro que hemos sido público. Podemos pasar de acosados a unirte a los acosadores, al menos en el hecho de no decir nada, sólo para que no te pase a ti. Eso es supervivencia, y un punto de crueldad que tenemos todos en el fondo. A la gente no le gusta oírlo, pero es así. Pero no fue una cosa que me marcara tanto como para escribir sobre ello. El acoso es una excusa para contar cómo era un barrio, una gente y una época; y cómo es ahora. Es que el acoso me daba una pieza que me gustaba mucho: el que dos niños acosados acaben matando al acosador deja al lector descolocado. Jugamos con quién es víctima y quién es verdugo, y esto me ayuda a interpelar al lector. Al principio lo del barrio y lo del acoso eran dos ideas distintas, hasta  que me lo pensé y me dije que lo más fácil era hacerlas confluir.

Al hilo de esto me gustaría preguntar, ¿cómo se te ocurrió la idea de que los protagonistas de una novela «casi negra» sean unos niños? Porque no es corriente.

La idea la tengo desde hace muchos años. Desde aquel asesinato horrible de un niño de dos años que cometieron dos niños de diez en Inglaterra. A mí eso me horrorizó siempre y pensaba, el niño de dos años está muerto y su familia tiene toda la simpatía del mundo, no más faltaría. Pero pensaba, ese niño de diez años, veinticinco años después a lo mejor tiene un niño de dos. Y yo quería eso: ¿cómo te sientes cuando la deuda con la justicia ya la has pagado? Cuando miras hacia atrás, ¿qué sientes? ¿Piensas que eras un niño y eran cosas de críos? ¿Cómo vives con esto? No usando esa culpa un poco falsa que usan algunos, porque en general todos tendemos a mandar la culpa al de fuera. Pero en este caso es una realidad, tú hiciste eso. Aunque preferí la idea del acoso porque no es lo mismo. Los otros niños son dos psicópatas y me generaban menos dilemas. Son mini psicópatas y ya. Esa dualidad entre víctima y verdugo ahí no se me daba, pero en el acoso sí. En la novela hay psicópatas, pero no son éstos.

¿Alguna costumbre a la hora de escribir?

No. La verdad es que no. Lo único que me pasa es que primero hay una fase muy ordenada. Pienso mucho antes de ponerme a escribir y cuando me pongo ya tengo media novela preparada. Y sobre todo llevo muchos meses conviviendo con mis personajes. Eso lo trabajo mucho. En mis novelas los personajes son muy importantes siempre, incluso los policiales, con lo cual empiezo bien, me levanto por las mañanas… La única manía, si quieres, es que me visto como si fuera a trabajar. Esto dura aproximadamente hasta media novela. Después viene una época de crisis, de «esta novela no la va a leer nadie». Y toda la parte final es una cosa delirante. Escribo por la mañana, por la tarde y por la noche. Entonces, cuando quedan cincuenta páginas, lo releo todo. Y corrijo, no me gusta dejar la corrección para el final. Lo bueno de esto es que yo sé adónde voy. El final lo tengo. Hay una frase que le copié a Pisón: «Hago siempre la mejor novela que puedo hacer en ese momento». Me mato a trabajar para conseguir esto. Es lo más honesto que puedo hacer.

¿Qué piensas de las nuevas tecnologías?

A mí, en general, me gusta ser positivo en esto y ver la parte de oportunidad, que también existe. Con plataformas como Amazon, que te permiten publicar sin que nadie te haya dicho que eso es publicable, puede ser un desastre. De hecho, en un tanto por ciento muy elevado lo es, pero sólo que salvemos a uno que ahí le va bien, y las editoriales, que no pierden comba de cómo va eso, le dan la oportunidad; pues merece la pena. Antes tenías que acudir a las editoriales, pero si ahora tienes la oportunidad de publicarlo y cinco personas dicen que les gusta, pues ya te quedas tranquilo. Entre eso y los timos de las editoriales de autopublicación que te obligan a comprar ejemplares y a hacer una promo absurda… Entre Amazon o las editoriales de autopublicación, Amazon. Ahí tengo más cosas a favor que en contra.

¿Cuales son tus proyectos más inmediatos?

Ahora el proyecto son los «tigres». Soy muy de ciclos naturales… Ideas hay. Incluso un Salgado por ahí, pero no sé si saldrá. Escribo lo que me apetece, pero también va en función del público. De momento, en agosto, vacaciones, y en septiembre ya veremos.